Pensamientos de arrepentimiento.
Se comenzaban a notar las arrugas que adornaban su cara. Él mismo se daba cuenta de cómo el tiempo le estaba pasando factura. Estaba sentado en un majestuoso sillón de terciopelo verde oscuro mientras lo acariciaba mirando sus arrugadas manos con melancolía. De algún modo se sentía culpable. Por primera vez en su vida, la culpabilidad acudió a él. Era consciente que, al borde del final de la vida, uno se replantea como empezó todo. Arrastraba la culpabilidad de haber llevado una vida frívola y vana, a pesar de nunca antes haberlo reconocido.
Su vida siempre había sido servida en bandeja para él. Con numeroso sirvientes y personas a su servicio. No había pasado por ningún tipo de dificultad de tipo económico o social. Había vivido rodeado de las mejores familias y nobles del país. Desde niño había vivido en un palacete a las a fueras de la ciudad situado en una zona campestre y tranquila. Era habitual para las familias más adineradas vivir lejos de las ruidosas y sucias ciudades, para que campesinos no pudieran irrumpir en sus vidas aristócratas, o así era como él lo creía. Además, la alta sociedad de su familia se había dedicado únicamente a asistir a bailes, fiestas y eventos con la nobleza. Encargaban constantemente nuevos trajes para dichos eventos, menospreciando por completo a los pobres que abundaban en las ciudades. A diferencia del resto de las familias aristócratas de su alrededor se caracterizaban por tener un carácter soberbio y egocéntrico.
La historia de cómo su familia había llegado al estatus social en el que estaban posicionados, era vergonzosa. Su difunto padre se había dedicado al comercio con esclavos, que le había llevado a ganar enormes cantidades de dinero. Más tarde, logró introducirse en grupos sociales que le convenían interesadamente, para llegar hasta a asistir a eventos y bailes con la nobleza. Se podría describir a su padre como un estafador que procuró enseñarle los mismos “valores” a su único hijo, y que este siguió al pie de la letra. En conclusión, sus padres no habían sido otra cosa que un par de arrogantes y engreídos.
Estos pensamientos corrieron de repente por su mente haciéndole sentir un pinchazo en el estómago, probablemente porque jamás había pensado en semejantes cosas. Cerrando los párpados, tomó aire, y, mientras seguía nerviosamente acariciando el terciopelo del sillón, otros pensamientos llegaron para atormentarle.
No se había comportado en absoluto como el caballero que creía haber sido, sino que, de pronto visualizó su vida llena de engaños y fatalidades que le hicieron sentirse responsable de actos inmorales. Se había pasado la vida coqueteando con todo tipo de mujeres; engañando a gente vulnerable cuando le fuera conveniente; culpando y acusando, mediante calumnias, a personas inocentes para desquitarse de sus consecuencias; etc. Andaba por la vida como si fuera a aplastar a todas aquellas personas que no fuesen de su agrado, o que fueran socialmente inferiores a él. El resto de las familias de la alta sociedad sentían pena por su comportamiento e intentaban ayudar en lo que fuese posible, sin embargo, su orgullo le impedía escuchar sus propios defectos.
No había pensado nunca en casarse, al poder llevar libremente una vida frívola y sin compromisos, hasta que, siendo un hombre ya adulto, en su vida apareció una mujer de la que se enamoró perdidamente. Ella era bondadosa y dulce además de ser muy bella, de una familia noble y religiosa. No obstante, ella no pudo aceptar casarse con un hombre como él, a pesar de sus esfuerzos por acercarle al bien. Pero él no pudo, ni por el inmenso amor que le tenía, dejar su vida de pecado. Así fue, como su corazón se endureció, más aún que antes de haberla conocido. Logró convertirse en un hombre temido por todos y sin ningún tipo de amigo. No conocía el amor. El único amor que creía presenciar era el suyo propio. Un amor que no le daría la felicidad.
Ahí estaba recostado en su lujoso sillón de terciopelo mirando por la ventana los jardines de su majestuoso palacio. Se sintió verdaderamente solo. Una lágrima bajó rápidamente por su mejilla al contemplar en su mente cómo se había comportado. Fue en ese instante que vio una vía de esperanza. Otra lágrima recorrió su cara, al pensar que ya era demasiado tarde, que no había vuelta atrás y que, si existiera una segunda oportunidad, no tenía tiempo para llevarla a cabo. En ese momento, con una media sonrisa dibujada en la cara, cobró su último aliento, y su arrugada mano dejó de pronto de acariciar el terciopelo.