Mi único pensamiento: la realidad.
En esos momentos lo único que daba vueltas en mi cabeza era el hecho de no poder salir.
Para mí, esa frase marcó el inicio de una nueva etapa en mi vida.
Era un martes por la tarde, alrededor de las 17:30, cuando entraba por la puerta de mi casa , de repente me encontré toda la casa revuelta y a mi madre en la esquina del salón con la cara roja y llena de lágrimas cayendo de sus preciosos ojos verdes.
Fue ahí cuando intenté memorizar lo ocurrido la noche anterior, cuando estábamos cenando en el salón de casa y de repente entraron aquellos tipos altos, grandes, del tamaño de un armario, morenos, con un aspecto curioso, me recordaron a los detectives de los cuentos que me lee mi abuelo; mi madre nos pidió a mí y a mi hermano Pedro que nos subiésemos arriba a nuestra habitación.
Mi hermano, me dijo que me olvidase del tema, que aquellos hombres venían por negocios, que querían hablar con papá, yo le intente hacer caso pero no podía conseguir dormirme, ya que se oía un alboroto en la parte de abajo y mi madre no paraba de gritar. Sin embargo mi padre susurraba con otro hombre y le pedía a mi madre que guardara silencio, oí como le decía: Calla Margarita, no querrás que los niños se despierten!.
Al día siguiente baje a desayunar como cualquier otro día normal, eran las 6:50 de la mañana. Vi por la ventana de la cocina como mi padre salía de casa, iba fumándose un cigarrillo y con la misma vestimenta de siempre, sus zapatos negros , los pantalones marrones y una larga camisa blanca; pero algo había cambiado, llevaba un sombrero parecido a los hombres de ayer y una chaqueta que le quedaba más larga de lo habitual, sin duda parecía uno de esos hombres que entraron ayer en casa.
A los pocos minutos entro mi madre en la cocina y me preguntó que tal había dormido seguido de un beso en la frente, como cada mañana. Yo le respondí seguido de un beso. Se la veía agobiada y no tardo en pedirme que me fuese al colegio, yo le hice caso, cogí mi mochila, una manzana que estaba en la encimera, abrí la puerta y me fui.
Al llegar a la escuela me encontré con Fernando y Tatiana, mis mejores amigos de toda la vida, les conté que estaba un poco confundido con todo lo que había pasado la noche anterior y me dijeron que no me preocupase que seguramente serían invenciones mías. Sin embargo yo tenía una teoría, la guerra ya había estallado en países vecinos y no iba a tardar en llegar a nosotros, lo único que esperaba era que él fuese capaz de elegir el mejor “bando” y así no traer más problemas a casa.
Efectivamente al llegar a clase, nuestro tutor Alberto nos dijo que el director Smith había pedido en todas las aulas poder hablar con nosotros. Al entrar, nos pusimos todos de pie para recibirle, de inmediato nos dijo que podíamos sentarnos y nos pidió serenidad para lo que tenía que contarnos; aunque lo que estaba claro es que había mucha tensión en el ambiente. Todos nos esperábamos lo peor, ya que éramos conscientes de que el director solo hace reuniones de este tipo cuando son asuntos de extrema importancia, pero aún así tenía la pequeña esperanza de que no todo fuese así.
A nuestra desgracia, el director pronuncio lo siguiente: Buenos días queridos alumnos, lamento informarles que debido a la situación en la que nos encontramos, las escuelas quedarán cerradas y tendréis que estar en casa, sin salir, ya que debido a la guerra será lo más adecuado.
En mi cabeza no paraba de repetirse la palabra que todos los humanos temen: guerra. Además tenía la imagen del director, el movimiento de sus labios repitiendo una y otra vez esa palabra.
El despido con mis compañeros al acabar el día fue muy duro, ya que no sabíamos con certeza cuando nos volveríamos a ver, o si nos volveríamos a ver, porque aunque fuésemos unos críos, entendíamos a la perfección esta situación.
Como iba diciendo al principio, esto provocó un inicio indudable en mi vida, una nueva etapa. Después de llevar tres horas en casa sin poder salir, los cuatro metidos en casa; vinieron los hombres del día anterior, y esta vez si pude reconocer sus caras, estaban muy serios y traían cara de pocos amigos, noté en la mirada de mi padre que algo iba mal, aunque él intento hacernos creer que se iba de viaje, pero ambos sabíamos que eso no era así.
Mi padre se marchó y no volvimos a saber de él. La guerra evolucionó y mientras todos estábamos en casa, oíamos gritos y disparos, pero no sabíamos de donde procedían. Los días fueron pasando cada vez, y ya llevábamos dos semanas en el mismo estado de siempre.
Los primeros días fueron días de quejas por parte de mi hermano, ya que se quejaba de no poder salir, de hacer vida normal. Todo esto le suponía un verdadero sacrificio. Sin embargo, las noches eran más oscuras, mi hermano dormía plácidamente y yo me quedaba en vela hasta que el cansancio se apoderase de m; por otra parte, oía a mi madre llorar y empecé a comprender que mi padre a lo mejor no volvería nunca más.
La situación se fue complicando, cada vez se oían más disparos e incluso comenzaron a haber bombas. Mi madre estaba muy asustada y de vez en cuando, nos tocaba bajar por la trampilla al viejo sótano, por si acaso se acercaba a nosotros.
Además las actuaciones de mi hermano no mejoraban nada la convivencia, ya que solo se quejaba; mi madre al final se enfadaba con él porque no estaba actuando ni como hermano mayor ni como hijo; todos entendíamos que eran momentos difíciles pero parece ser que cada ser humano actúa de una manera ante estos momentos.
Lo único en lo que podía pensar era: ¿Volveré a ver a mi padre?¿Acabará la guerra de una vez por todas? Y en ese preciso momento entendí, que había llegado el momento de convertirme en un hombre.