En el baúl de los recuerdos
Era la cuarta semana de marzo, día trece de cuarentena, trescientas doce horas, dieciocho mil setecientos veinte minutos, un millón ciento veintitrés mil doscientos segundos… sí, por si te lo preguntabas me aburría mucho y ya no sabía qué más hacer para distraerme. Ya había terminado mis trabajos, había cocinado todas las recetas de mis revistas, me había leído todos los libros que había en mi estantería, incluso había intentado aprenderme el rap de Tusa, en lo que fracasé. Estaba empezando a desesperarme cuando entonces me acordé del trastero, mamá siempre nos estaba pidiendo que lo ordenáramos y nadie nunca lo hacía, no sé si por falta de tiempo o pereza. Decidí hacer eso para ayudar a mamá y porque tampoco tenía mucho más que hacer. Al bajar y entrar en el oscuro cuarto me di cuenta del desastre que había ahí montado; había un montón de cajas y cosas tiradas por el suelo. Tras ponerme a ello y empezar a ordenar, encontré un álbum de fotos de mis padres cuando tenían más o menos mi edad. Aquellas fotos eran muy graciosas, salían mamá y papá con toda su pandilla de amigos y amigas haciendo el tonto, yendo de excursión y haciendo mil planes. Parecían muy felices, se notaba que eran grandes amigos, que se querían y cuidaban entre ellos, que pasaban ratos inolvidables juntos. Y todo eso estaba plasmado en una foto, ¿qué valor tenía aquel trozo de papel? Eran más que papeles, eran recuerdos que seguro nunca olvidarían, pero para poder recordarlo bien lo habían inmortalizado en esas fotografías. En ese momento me di cuenta de lo mucho que me gustaban las fotos, de que de ahí en adelante me haría miles de ellas para poder recordar a mis amigas y amigos, los planes que hacíamos y lo bien que lo pasábamos. También me hacía ilusión pensar que algún día mis hijos vieran esas fotos y sintieran lo mismo que yo sentí en aquel momento. Tras esta gran reflexión, al fondo de la habitación divisé un gran baúl que no había visto nunca antes, pero aún así tenía algo que me llamaba a abrirlo. Supuse que venía de la casa de mis abuelos y decidí echarle un vistacillo, en su interior encontré miles de fotografías de mis abuelos de jóvenes. ¡Qué elegantes salían! Mi abuela parecía una de esas estrellas de Hollywood de los años 60 y mi abuelo estaba guapísimo con su esmoquin. Por un momento me imaginé lo divertido que debía haber sido vivir en esa época, con bailes, cenas elegantes… en verdad me hubiese encantado. De repente, al fondo del baúl encontré un cuaderno antiguo que resultó ser el diario de mi abuela. Al abrirlo no sabía por dónde empezar a leer, y de pronto encontré unas entradas de julio de 1977 que decían lo siguiente:
Miércoles 13 de julio de 1977,
Querido diario,
Nos encontramos todos sumidos en una oscuridad total, ha habido un apagón aquí en Nueva York y para ser sincera tengo miedo. Las niñas están dormidas en su cuarto, por fin he conseguido que duerman, estaban muy asustadas. El bebé en cambio lleva dormido ya unas horas, gracias a Dios se durmió antes del apagón. Espero que no se despierte pronto porque estará muy asustado y no dejará de llorar. Alberto está en la cocina, como no conseguía conciliar el sueño se ha ido a tomar una lechecita caliente a ver si eso le tranquilizaba, está muy nervioso. En verdad no sabemos qué ha podido pasar, estábamos todos terminando de cenar tranquilamente cuando de pronto nos vimos en una completa oscuridad. Enseguida encendimos velas y me llevé a las niñas a la cama. Alberto se quedó con el bebé y así estamos ahora. No sabemos nada sobre la situación, las bombillas de las farolas tampoco funcionan y ningún vecino en toda la manzana tiene luz. Acabamos de llegar a Nueva York, no conocemos a mucha gente y está situación nos ha pillado completamente desprevenidos. Cuando Alberto me pidió que nos fuéramos a Estados Unidos porque así lo requería su empresa no dudé ni un segundo en dejar todo y seguirle. Cogí a las niñas y al bebé y nos mudamos todos aquí. Nos fue bien las primeras semanas, y ahora nos ha ocurrido esto, somos sólo unos principiantes en la ciudad y creo que eso es lo que más nos asusta. A pesar de todo, tratamos de mostrarnos serenos con las niñas para darles seguridad. Esperemos que está situación acabe pronto y todo vuelva a la normalidad.
Hasta pronto,
Lucía.
Jueves 14 de julio de 1977,
Querido diario,
Nuevamente te escribo a la luz de una vela, la luz no ha vuelto aún y no comprendo por qué. Esta mañana conseguí hablar con una vecina que me explicó lo que sabía y me tranquilizó. Las niñas están mejor, su padre ha estado todo el día jugando con ellas a las tinieblas, a las escondidas y a mil juegos más para distraerlas y que olviden el miedo, es un cielo. Yo me he dedicado a cuidar del bebé y también jugué con ellas un rato. Esta noche se durmieron con más facilidad a pesar de haber tenido que estar encerradas desde las seis de la tarde, cuando anocheció. Me pidieron ir al parque con sus amigas, pero no les pude dar permiso pues la calle estaba completamente oscura y me había contado la vecina la cantidad de crímenes que estaban teniendo lugar, era peligroso salir. Espero dormir mejor esta noche y que Alberto también descanse.
Hasta pronto,
Lucía.
Viernes 15 de julio de 1977,
Querido diario,
¡Ya por fin llegó la luz de vuelta! El telediario explicó que el apagón se debió a una tormenta eléctrica que inutilizó los suministros de energía. Lo importante es que Dios ha escuchado nuestras plegarias y todo ha acabado. Alberto y las niñas estaban como locos cuando volvió la luz y ya querían ir al parque a celebrarlo y ver a sus amigas, incluso el bebé, a pesar de no ser consciente de nada, parecía feliz. Con esta experiencia que hemos vivido me doy cuenta de la facilidad con la que se derrumba nuestro mundo y nuestro sentimiento de seguridad, y la importancia que tiene tener a los tuyos bien cerca y cuidarles. Yo tengo la suerte de tener a Alberto conmigo, sin él no sé qué hubiese sido de mí en esta situación. Espero nunca volver a vivir algo igual y si así es, espero tener a Alberto a mi lado.
Hasta pronto,
Lucía.
Al leer estas entradas me quedé impresionada, mis abuelos y mi madre habían vivido una situación parecida a la cuarentena y nunca me lo habían contado. Mi madre era muy pequeña, a lo mejor no se acordaba o puede que me lo hubiese contado pero no enlazara esa anécdota con el apagón. De pronto, el coronavirus y la cuarentena no me parecieron tan horribles, me sentí comprendida por mi abuela y eso me animó muchísimo. Sí, seguramente nos tendrían en casa un mes más, pero esto no estaba tan mal. Por lo menos teníamos luz, electricidad y estábamos rodeados de nuestra familia. Lo único que nos faltaba era tener a nuestros amigos y resto de familiares cerca y ya no tendríamos razones por las que salir a la calle. Parece mentira con qué poco nuestro mundo se paraliza, se viene abajo, pero la gente al menos sigue unida; cada día, a las ocho de la noche, se oyen aplausos por las ventanas para aquellos que siguen trabajando por nuestro bienestar: médicos, enfermeras, farmacéuticos… que hacen posible que todos vayamos a salir de esta situación. El mundo seguirá dando vueltas aunque nos quedemos en casa, las flores seguirán floreciendo, todo seguirá su curso y cuando salgamos nos sentiremos los reyes del mundo. Los abrazos y besos serán incontables y nos habremos convertido en nuevas personas. Más de una cara estará llena de lágrimas y se oirán gritos de júbilo por las calles. Todo esto me hizo pensar en mis futuros hijos y nietos, y en cómo, cuando les contara toda esta historia, me mirarían con ojos asombrados. Pensé que ante todo les diría que si alguna vez se vieran en una situación parecida a esta recordasen cuáles son sus prioridades, qué es lo más importante para ellos y que mantuvieran a sus seres queridos muy cerca.