Cuéntame una historia #38

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17/11/1886

  • Aleksandr corre, si no bajas ya nos iremos sin ti – me gritaba Konstantín Dmítrievich.

Él y sus amigos llevan toda la mañana gritándome. No entiendo porque sienten la necesidad de esperarme para ir a la conmemoración de muerte de Nikolái Dobroliubov, no les caigo bien, lo sé, se piensan que soy raro. Tal vez debe ser que les han llamado la atención en la residencia. Ni lo sé, ni me importa.

  • Ya está. Solo tenía que terminar la carta. Vámonos – le respondí mientras bajaba las escaleras, y cerraba el sobre con la carta para mi familia.

Era una mañana como cualquier otra. Las calles de San Petersburgo estaban, como siempre, llenas de gente a pesar de que el frío invernal ya se hacía notar. Las nubes grises y redondas cubrían el cielo, mientras que las carreteras estaban repletas de jóvenes universitarios que se dirigían al centro de la ciudad a rendir homenaje a Nikolái Dobroliubov.

Ya metidos, entremezclados por desconocidos que debían tener nuestra edad, comenzamos a escuchar silbatos y gritos de la policía. El gobierno del zar había mandado a la policía rusa para bloquear la marcha. Los presentes comprendimos que era momento de irse, que no nos dejarían continuar, pero no fue así, y entendí lo que la policía pretendía hacer. Las gotas de lluvia comenzaron a caer sobre mi pelo, no nos dejaban ir. Tras estar 5 horas de pie bajo la lluvia, haberme quedado completamente empapado, hasta mi ropa interior, y sentir como me abandonaban las fuerzas, se apodero de mí, una vez más, es sentimiento que tanto conocía. Esa explosiva emoción que tanto me había llenado durante mi infancia y mi adolescencia, lo único que siempre había tenido, junto con la presión paterna y la soledad continua; la ira y el odio.

1/03/1887

Hoy era el día. Tras la marcha del 17 de noviembre del año pasado, mi vida había dado un cambio completo. Tras la muerte mi padre, y cortar las relaciones con mi hermano Vladímir Ilich Uliánov, ya nada me retenía. Deje de reprimir mi odio contra quien había hecho tanto daño al infeliz pueblo ruso y a mí. El zar. 

Los campesinos mueren de hambre en los campos, por la mala gestión del gobierno del zar; la grandiosa nación rusa se queda estancada en la ineficiencia por la incompetencia de su gobierno; el alto funcionario del Imperio y director de Escuelas Públicas de la provincia de Simbirsk, mi padre, nunca me quiso, ni me prestó el caso que debería, por sus obligaciones con el zar; los malos tratos que recibí en el colegio por mis compañeros zaristas. Todos los problemas a los que me había enfrentado a lo largo de mi vida, o había visto que otros sufrían, tenían un mismo factor común, el zar.

En Rusia morían al año miles y miles de persona de hambre y de enfermedades, la pobreza estaba extendida por toda Rusia y mientras tanto el zar vivía rodeado de grandes lujos y riquezas. El zar decía que él velaba por su pueblo, que lo lideraba por el poder de Dios y quiere el bien del pueblo. Muchos creíamos que esto no era así.

En diciembre me uní al grupo nihilista Narodnaïa Volia, una organización anarco-socialista, cuyos ideales eran los mismos que los míos, atentar contra las autoridades. Solo quiero ver como Rusia arde, para resurgir de sus cenizas como un ave Fénix y que todo este dolor acabe. Encontré una causa por la que luchar, un objetivo que conseguir, una meta que cumplir.

Hemos estado más de un año organizándonos y reclutando a nuevos activistas revolucionarios en la Universidad de San Petersburgo. Empezamos un grupo autodenominado Facción Terrorista de la Voluntad del Pueblo Me convertí en un teórico de conspiraciones, y debido a mi entrega y fidelidad al equipo, fui votado y promovido a líder. La rabia era parte de mi vida, yo no conocía la felicidad. Mi rutina se basaba en planear la gran venganza que teníamos entre manos, solo pensaba en deshacerme de las leyes impuestas y llevar el socialismo a la gran masa de campesinos de Rusia. Para ello estoy dispuesto a todo, hasta matar y morir si es necesario, porque esto es una causa mayor que mi propia existencia.

Lo teníamos todo preparado, hasta el último detalle. Hoy era el gran día.

Hace seis años que murió mi padre, y hoy hay una misa por él. El zar Alejandro III había tenido la gran consideración de ir a la misa, acompañado de la zarina y sus dos hijos mayores. Sabíamos a qué hora saldrían de palacio, cuál sería su recorrido y la cantidad de guardas que les acompañarían.

Pero todo salió mal.

En palacio nunca se comenten fallos, todo se lleva a cabo como el zar quiere que suceda. Pero en nuestro gran día no fue así. Al cochero se le olvido avisar a la caballeriza de la hora de partida de la familia real, 10:45 de la mañana, la salida del zar se retrasó lo suficiente como para acabar con todo nuestro exhaustivo plan. No, nosotros no estábamos preparados para esto.

Para cuando el zar salió de palacio ya era demasiado tarde. La explosión nunca sonó. Dar la vida por una causa mayor, esa era nuestra meta. Nadie nos había entrenado para dar la vida sin causa alguna, sin fin alguno, sin resultado alguno. Informaron al zar de lo ocurrido. Él dijo que seguía vivo por intercesión divina, que por eso el cochero se había olvidado.

8/05/1887

Esta vez no había vuelta atrás, no había más oportunidades.

  • Hola Sasha. Lo he intentado todo para salvarte de lo que te espera esta tarde, pero tu ofensa es demasiado grande. La máxima traición. ¿Intentar matar al zar, en que narices estabas pensando? – me grito mi hermano enfadado
  • Yo también estoy contento de verte Vladímir – le dije mientras me acercaba a las barras de la prisión. Le agarré del cuello de la camisa y lo atraje hacia mí. Acerque mi oreja a su oído y le susurre – Te toca continuar mi legado, sigue mi proyecto, acaba con el zar.
  • ¡Cállate! Yo no soy como tú, jamás lo seré, tengo mis propios modos de actuar. Modos que no me lleven a la orca – me replico mientras me quitaba las manos de su cuello y escupía al suelo.
  • Ya veremos cómo acabas. Tú destino es matar a un zar. – le grite.
  • Sasha, esto no tenía que acabar así, solo tienes 21 años y toda la vida por delante. Lo siento, tengo que irme. Te quiero – me dijo con una lagrima en los ojos. Se dio la vuelta y se fue.
  • Hasta siempre Lenin – Susurre.

Eran las cuatro de la tarde. El día era gris, estaba lloviendo. La luz era tenue, los rayos del sol no conseguían atravesar las nubes.

Comí una sopa de col con carne y me bebí una gran copa de vodka. Ya era la hora. 

En el pasillo de la muerte no podía pensar en otra cosa más, que en si todo esto había valido la pena. Pensé en Lenin y me invadió un sentimiento de esperanza. Tenía la certeza de que él acabaría lo que yo había empezado. Su destino era acabar con el zar.

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