El Coronavirus nos había pillado por sorpresa a los dos, estábamos tan centrados en querer separarnos que ahora íbamos a estar más juntos que nunca. Yo ya no podía volar a Los Ángeles, mi país y no me iba a pagar un hotel durante dos semanas porque me dejaba el único sueldo que tenía y Mariana no tenía otro sitio donde vivir porque era huérfana.
Era una locura, pero decidimos quedarnos juntos los quince días que el gobierno nos había obligado a no salir de casa intentando convivir lo mejor posible, lo que no sabíamos era que no iban a ser solo 15 días.
Apenas la ví el primer día, me pidió que fuera a hacer la compra y así lo hice. Fueron las únicas palabras que me dirigió en los siguientes días. El ambiente estaba cargado de mala energía y no podía soportarlo más. Estallamos en la peor pelea que nunca habíamos tenido y lo peor de todo era que no podíamos salir a la calle, a pesar de todo ella no hizo caso a mis recomendaciones porque no me quería escuchar y salió a la calle a pasear. Pasaron 1 y 2 horas y ella no regresaba. Yo me estaba empezando a preocupar, siempre he sido muy de cuidar a los míos, de tenerlo todo bajo control y situaciones como estas alteraban gravemente mi tensión. Regresó y sin cruzar una palabra se encerró en la habitación.
Al día siguiente por la noche ordené una pizza a Telepizza, porque ya que íbamos a estar encerrados y no teníamos otra opción, había que intentar animarnos lo máximo posible. Sabía que su sabor favorito era la carbonara y que la cerveza le gustaba con limón. Eso fue lo que pedí, una pizza carbonara y dos cervezas con limón. Al llegar fue increíble cómo nos entregaron la comida. El repartidor llamó al timbre y se alejó unos tres metros, iba con una mascarilla que parecía casi una máscara de gas de la Segunda Guerra Mundial y con guantes. La pizza estaba en el suelo dentro de la bolsa y debajo suyo había un mantel con el logo de Telepizza.
Dejé la cena preparada y me senté, al llegar al salón se le formo una sonrisa en la cara y me lo agradeció. Intercambiamos unas seis palabras en toda la cena, la situación era muy rara pero yo la conocía bien y sabía que le había alegrado la cena. Le observé todos sus rasgos, su nariz puntiaguda, sus ojos verdes, su pelo que caía sobre sus hombros y me fijé en que todavía llevaba la alianza. Esa noche, durmiendo en el sofá como en todas las anteriores, no encontraba el sueño, me daba vueltas y vueltas en mi cabeza. Al principio pensé en nuestro comienzo como desconocidos y en todo lo que habíamos cambiado para ser las personas que éramos actualmente, como me costó empezarla ha hablar todos los
días, diría que fue incluso más difícil que pedirla matrimonio aunque no fuese una tarea fácil. Pensé en si nos estábamos equivocando, en sí era la opción correcta y tuve mucho miedo de perderla para siempre. La había conocido hace exactamente seis años y hace dos nos casamos.
Habíamos cumplido ya diez días encerrados y el gobierno acababa de prolongar quince días más. No sabíamos cómo actuar aunque en parte ya nos lo esperábamos.
A la hora de comer Mariana metió el agua en una olla para cocinar macarrones pero algo debió ir mal porque no sé cómo intentando ayudar acabé con los macarrones crudos encima mio. Ella se empezó a reír sin parar y yo por culpa de su risa contagiosa acabé igual. Yoletirélosmacarronesaellayellamedevolviólajugadatirandomelaollallenade agua encima, la cocina acabó hecha un desastre por culpa de los dos. Por lo menos los macarrones estaban crudos y los pudimos cocinar, no hubiera estado bien haber desperdiciado la comida. Después de cambiarnos tuvimos una comida muy entretenida, compartimos muchos recuerdos y sonrisas, parecía que nada hubiera cambiado.
Fueron pasando los días, había días en los que no nos dirigíamos la palabra y otros en los que pasábamos ratos juntos, hubo un día que incluso vimos una película de Netflix juntos, pero sinceramente ya no me acuerdo ni de cómo se llamaba. Mis padres me llamaron desde California para preguntarme que tal estaba yendo todo en Madrid, les dije que todo iba bien y ellos no se sorprendieron, parecía que se esperaban esa respuesta. Me enteré que mi hermana mayor iba a tener su segundo hijo en agosto y mis padres estaban muy contentos, me dió rabia pensar que quizás yo nunca iba a poder proporcionarles esa felicidad. Mi hermana siempre había sido la preferida de mis padres y no me extraña pensar porque, pues sin que hubiera hecho nada la vida le había regalado mejores oportunidades. Eso o que yo no había sabido aprovechar bien las mías. Aunque más tarde se me ocurrió pensar que la vida no te da oportunidades sin más, te las da porque trabajas por ellas y pensé que eso debía hacer con Mariana antes que tirar todo mi matrimonio por la borda.
La ayudé en todo lo que pude e intenté evitar todas las peleas posibles, inconscientemente o quizás no tanto creo que ella también estaba pensando lo nuestro. Mariana no había tenido una vida nada fácil, a los dos años se quedó huérfana de padres y se quedó en un orfanato sin ser acogida por nadie hasta que a los 18 años pudo ser libre, se buscó becas de todo lo que pudo, se sacó la carrera y ahora tenía una empresa. No sé como había
hecho todo eso porque sabía que había sufrido muchísimo y tampoco me llego a explicar cómo me encontró entre todo ese sufrimiento ¿Fue el destino o una oportunidad?
Ese día a las 7 de la tarde más o menos fui al salon y me la encontré leyendo. Pasó una hora y terminamos hablando de todos los problemas que teníamos pero sin acabar en pelea, simplemente teniendo una conversación. Cuando acabamos de hablar, el nudo que no sabía que tenía en la garganta desapareció y ella acabó dormida en mi regazo.
Los días siguientes pasaron sin problemas y la situación mejoró notablemente. Nuestra relación había mejorado muchísimo al igual que la epidemia que nos había hecho quedarnos en cuarentena, había mejorado tanto que habíamos decidido darnos otra oportunidad. Después de dos años de casados ¿había vuelto el amor?
Lo pude comprobar porque a los seis meses Mariana se enteró de que iba a ser madre y me dí cuenta de que había encontrado la felicidad aprovechando mi oportunidad.