Náufrago en una isla en medio de la nada. Encerrada en un cuarto de 3×3 metros de longitud, sin conciencia de la hora ni del día que es. Estar encerrado en casa porque si sales fuera posiblemente mueras, por la guerra, epidemias, e incluso por estar siendo buscado. Todas esas cosas son las que nos vienen a la cabeza con la palabra soledad o aislamiento. Estar solo, aislado de la gente que quieres, del mundo que te rodea, incluso de ti mismo. ¿Has vivido alguna vez eso? Yo sí, y por muy sorprendente que te parezca, seguramente tú también. Pero no es la misma soledad de la que acabamos de hablar. Es una soledad distinta, más interior, y puede ser que, aunque no te des cuenta, puedes estar sufriendo en estos mismos momentos.
Actualmente vivimos en una sociedad en la que vivimos rodeados de náufragos, como yo los llamo, personas que viven aisladas del mundo que les rodea, y no son conscientes de las cosas que suceden a su alrededor, y no son conscientes-la mayoría- de que están completamente solos.
Yo también he sido náufrago, durante gran parte de mi vida. Vivía en un mundo, que visto desde fuera era todo lo contrario a lo que puede llamarse soledad. Un mundo en el que tenía millones de amigos, el trabajo ideal, iba a las mejores fiestas de la ciudad y me mezclaba con las personas más importantes de la zona. Ropa de la última temporada, y un sin parar durante todo el día que no te dejaba un tiempo de silencio para sentarte y reflexionar sobre el porqué de las cosas y el sentido de tu vida. Ese tipo de conversaciones o pensamientos de los que no te apetece hablar porque te incomodan. Así vivía yo.
Todo comenzó en mis últimos años de colegio cuando lo más importante en mi vida eran mis amigas y nuestros problemas y tonterías. Cuando empecé la universidad privada, el nivel de superficialidad aumentó y mis nuevos amigos eran incluso más superficiales que los que había tenido en el colegio. Nuestras conversaciones se centraban en el postureo y cotilleos, pero sobre todo en hablar mal de la gente. Siempre criticábamos; que si ha repetido el pantalón dos días seguidos, que si la nariz, que si la falda… Este tipo de conversaciones hacía que desconfiáramos todos de todos y no hubiera una amistad verdadera. Con gran pena puedo decir que en mis años de colegio y primeros de universidad no tuve amigos verdaderos. Hasta que un día tuve una experiencia en la que pude ver lo sola que me encontraba y que no tenía a nadie cercano; ni familiares ni amigos, ya que a mi familia no le dirigía casi la palabra por la mala comunicación que tuvimos cuando empezó la universidad y tuve que marcharme de mi casa. Estuvimos sin llamarnos hasta casi el día de la graduación, lo que demostró que, aunque pareciésemos la familia perfecta, no estábamos nada unidos entre nosotros.
Como decía, tuve una experiencia que marcó mi vida y mi perspectiva de ver todas las cosas. Tuve una experiencia muy cercana a la muerte, muy muy cercana que me hizo reflexionar por primera vez en mi vida de forma profunda. Todo empezó con una epidemia que afectó el país, de la que nadie esperaba que fuese a extenderse tanto hasta el punto de convertirse en una pandemia. Afectaba a todo tipo de personas, hombres, mujeres, niños, ancianos, sin ningún tipo de excepción, con un índice no muy alto de mortalidad, por eso, en esos momentos nunca llegaría a imaginar que llegaría a enfermar y de forma tan grave, y menos las consecuencias que tuvo sobre mí.
Esta enfermedad afectaba a la respiración, y lo que podía convertirse en un resfriado, podría acabar con una neumonía muy grave. Cuando enfermé, no pensé que iba a ir a más, pero al encontrarme 72 horas más tarde en el hospital, solo, y con personas que no conocía, a punto de morir, sólo pude pensar en que, si moría, quién me echaría de menos y si mis amigos vendrían a verme en cuanto se enteraran de lo sucedido. Mi sorpresa fue encontrarme con que nadie vino a visitarme ni a acompañarme en mi agonía, por miedo a ser contagiados. En el momento en el que pensaba que iba a morir, me di cuenta que iba a morir solo, sin nadie a mi lado para apoyarme. Repasé cada momento de mi vida, y me di cuenta entre cuánta superficialidad había vivido. Pedí con fuerza otra oportunidad. Una nueva oportunidad para volver a empezar, de cero, valorando mi familia y teniendo amistades que valieran la pena. Conseguí salir vivo de aquello, vivo de verdad. Con fuerza para empezar una vida llena, completa y llena de alegría. Esta enfermedad me ha ayudado a ver la vida desde otra perspectiva, y la volvería a atravesar sin dudar. Por esto os pido que por favor penséis si sois unos de esos náufragos que aunque vivan rodeados de gente, estén aislados del mundo que les rodea. Os pido que reflexionéis y que no perdáis años solos, ocultos bajo la superficialidad y la falsa alegría y, en caso de “naufragar”, acudir a personas que te quieran de verdad y que te acepten como tal. Todos hemos sido náufragos alguna vez en nuestra vida y no pasa nada, solo hay que saber superar el naufragio.