Todo pasa por algo
¡Pi pi pi! Me despierto, apago la alarma, me pongo la bata y las zapatillas de estar por casa, bajo las escaleras, voy a la cocina, desayuno, subo, me visto, cojo mi mochila, me despido apurada de todos y salgo por la puerta corriendo hacia la parada de autobús. Estoy en la parada y para mi asombro el bus no ha pasado todavía, ¡qué alivio! Otra mañana igual, igual que la de ayer y los demás días anteriores. Me sorprendo al no ver a la otra niña con la que suelo ir en el bus, pero pienso que quizá su madre la ha llevado al colegio. Me pongo a repasar el tema del examen de lengua que tengo. De repente miro el reloj y ya han pasado 5 minutos, que raro, pienso, si yo siempre suelo coger el autobús justo a tiempo. Siguen pasando los minutos, y ya son las 10:00, ha pasado media hora. “Ya está, he perdido el bus, mis padres me van a matar” Preocupada vuelvo a mi casa pensando en cómo le voy a decir a mis padres que he perdido el bus y encima que voy media hora tarde. Llego a casa y le doy la noticia a mi padre, quien, enfadado, me dice que me meta en el coche corriendo. Nos montamos en el coche, vamos saliendo de la urbanización y de repente oigo a mi padre decir preocupado “que extraño…” levanto la vista del móvil y me quedo atónita al no ver ningún coche en la carretera, ¡Ni uno! Como es eso posible… Me pongo a recapacitar acerca de mi mañana y me doy cuenta que de camino a la parada no me he cruzado con nadie, ni siquiera con mi vecino Carlos que siempre suele sacar a su perro Hans a la vez que yo salgo de casa.
Llegamos al colegio y el asombro es aún mayor al ver que no hay ningún coche en el parking. Nos bajamos para ver que sucede y nada, no hay nadie en recepción ni en las clases. Miro a mi padre, no os puedo describir la cara de preocupación y angustia que veo. Sin cruzar palabra volvemos a casa. Nada más abrir la puerta nos encontramos con mi madre y mis hermanos, que están igual de alucinados que nosotros, ¡qué narices está pasando! Cada uno comienza a contar lo que le ha sucedido a lo largo de la mañana, todas parecen mañanas como otras cualquiera, pero a la vez extrañas y terroríficas, ¡Ninguno de nosotros se ha cruzado con una persona!
Entonces mi padre toma la palabra y dice, “que no cunda el pánico, esto tiene que tener una explicación, estas cosas no pasan” así que decide encender la tele para ver que dicen las noticias. No os imagináis lo que pasó después, ¡todos los canales que trasmiten en directo están vacíos, sin nadie presentándolos, nada! Entro en pánico de verdad, ¿estamos soñando?
Después de discutir sobre qué está pasando y sobre que debemos hacer, a mi hermano mayor Juan se le ocurre la idea de salir por parejas a ver cómo está la zona. Mi padre se va con mi hermana pequeña Matilde, ya que es la que más asustada está y mi padre sabe calmarla muy bien. Mi madre se va con mi hermano mellizo Joaquín y yo me voy con Juan, cada uno a una parte de la cuidad.
Tras una hora de búsqueda volvemos a casa, ya son las 18:00 y no es plan seguir dando vueltas por la calle. Nos reunimos en el sofá para comentar lo que hemos visto, y la respuesta fue tanto la temida como la esperada. Ninguno de nosotros ha visto absolutamente a nadie. Cenamos y nos vamos a la cama tan pronto como podemos, deseando que todo lo ocurrido no haya sido más que una simple pesadilla.
¡Pi pi pi! Me despierto, apago la alarma y lo primero que me viene a la mente es aquello vivido en sueños, “menos mal que no es real” pienso. Me pongo la bata y las zapatillas de cama y cuando bajo a desayunar salgo a la calle para demostrar que todo ha sido un sueño. Espero ver pasar a mi vecino Carlos paseando a Hans, pero nada, mis temores vuelven a invadirme el cuerpo entero. “Esto no ha sido un sueño, es la realidad” y me viene a la mente un pensamiento horrible “¿y si ahora ha desaparecido también mi familia?”. Entro corriendo en la cocina y jamás había sentido tanta calma y felicidad al verla. Están igual de preocupados que ayer, pero ya tenemos todos en mente que no hay tiempo de caras largas. Mis padres siempre nos dicen que todo pasa por algo, y que tenemos la libertad de decidir qué actitud poner ante las cosas que nos ocurren.
Termino de desayunar y subo a mi cuarto. Cojo el móvil para ver Instagram, pero no hay nada que hacer ya que nadie cuelga ni hace nada. Apago el móvil, me tumbo en la cama y comienzo a reflexionar. Mi familia, los únicos que tengo en estos momentos, a los que ahora me alegro de ver y ayer mismo ni les había dado los buenos días. Prácticamente no cruzaba palabras con ellos a pesar de saber que les quería, no les daba las gracias, no les daba abrazos, no les daba el valor que se merecen.
De repente alguien llama a mi puerta y aparece Matilde, “¿desde cuándo está tan mayor?” Me pide jugar con ella a las muñecas, y como no tengo nada mejor que hacer, acepto. Cuando el juego acaba me doy cuento de lo mucho que me gusta jugar con ella. Llega la hora de la comida, otra vez la familia junta, “menos mal que los tengo” pienso. Después de comer, como no hay nada que ver en la tele ni en el móvil, decidimos jugar a un juego de mesa. Sí, todavía existen y son muy divertidos. Pasamos toda la tarde jugando a diferentes juegos, hacía mucho que no me reía tanto y me lo pasaba tan bien.
Pasan los días y al contrario de mis expectativas, cada día es mejor que el anterior, voy descubriendo cosas nuevas de mi familia y lo hacemos todo juntos. Comienzo de nuevo a hablar con mi madre, ¡cómo lo echaba de menos!, le cuento mis preocupaciones, como va mi situación con mis amigas, mis alegrías, tristezas, todo. Sin darme cuenta descubro a mi mejor amiga, aquella que sin darme cuenta había estado conmigo desde el principio. En cuanto a mi padre, no paramos de hablar sobre esa moto que nos vamos a comprar para viajar por nuestros sitios favoritos cuando todo vuelva a la normalidad. Se me había olvidado lo graciosos que son mis hermanos y lo listos que son cuando quieren.
Aunque en algunos momentos deseo que todo vuelva a ser como antes, cada vez estoy más convencida de que esto de estar en familia no está tan mal, es más me gusta más que algunas cosas que solía hacer.
Justo llega la noche antes de que pase un mes desde aquella extraña mañana. Me tumbo en la cama reflexionando. “Wow” pienso “que afortunada soy, menos mal que los tengo. Jamás dejaré de quererlos como lo hago en este instante”.
¡Pi pi pi! Me despierto, apago la alarma, voy a despertar a Matilde, bajo, preparo el desayuno, doy un beso de buenos días a todos, desayunamos, subo, me pongo la ropa de deporte y salgo a correr como cada mañana desde hace un mes. No llevo ni 5 minutos corriendo cuando para mi sorpresa oigo “¡Buenos días Catalina!”. Nunca en mi vida me había dado tal susto, me da un vuelco al corazón. Estupefacta y con un poco de miedo, me giro y para mi sorpresa me encuentro a mi vecino Carlos paseando a Hans. ¡No me lo podía creer! Voy volando hacía mi casa y casi sin aliento le explico a mi familia lo que me acaba de pasar, ellos tampoco se lo pueden creer. Para confirmar lo que acabo de ver, decidimos subirnos todos en el coche y dar una vuelta por la urbanización. Para asombro y alegría de todos, las carreteras están llenas de coches, las aceras con multitud de gente paseando y los parques con niños jugando. ¡Todo vuelve a ser como antes! Volvemos a casa felices y dando gracias a Dios. Nada más entrar en casa mi madre nos pide que por favor todos nos sentemos en el sofá. Nos da la enhorabuena y dice que está muy orgullosa de que hayamos pasado por tal extraña situación todos juntos, como una piña, como una familia.
Los días siguientes fueron días normales, seguí yendo al colegio y seguí perdiendo el autobús, pero había algo que había cambiado. Ahora al despertar preparaba el desayuno a mi familia, no solo el mío como hacía antes, me encargaba de mi hermana Matilde en todo lo que podía, era súper agradecida con mis padres y siempre intentaba pasar tiempo con mi familia.
El porqué de este extraño suceso no os lo puedo explicar, porque ni yo misma lo sé. Lo que sí sé es que todo pasa por algo, y tal vez todo esto pasó para que yo me diese cuenta del maravilloso regalo que Dios me había hecho desde el día que nací, pero del que yo no era consciente o no quería serlo, mi familia.