Qué es la ideología de género: Cinco postulados fundamentales de la teoría queer
Recojo íntegro un articulo de @IgnacioPou que resume admirablemente el planteamiento antropológico de la teoría queer. La defensa o crítica de esta teoría es todo un reto para el pensamiento actual. Os dejo con el articulo:
En los últimos tiempos ha ido cogiendo fuerza la idea de que existe un fenómeno llamado “ideología de género” que estaría haciéndose con el dominio cultural, mediático y, cada vez más, político de nuestra sociedad. Con ello se correría el riesgo de que dicha ideología se convierta en el pensamiento oficial del Estado, inaugurando una nueva era de totalitarismo.
Quienes ven esta amenaza a menudo parecen convencidos de que se trata de una nueva arma del marxismo cultural que vuelve para tratar de abolir el régimen de libertades en que se basan las democracias liberales. Sin embargo, esta visión prácticamente no nos dice nada acerca de dicha ideología y cuál es la cosmovisión en la que se asienta. Conocer estos rasgos es fundamental para analizar su proyecto político y su visión acerca del hombre. También es requisito para discutirlas, dado que no es posible refutar lo que no se alcanza a comprender.
Además, conocer sus fundamentos e ideas nos permitirá descubrir que no se trata de un fenómeno exclusivamente de izquierdas sino de un subproducto de la Modernidad y que, por tanto, puede aprovecharse también de los principios de la derecha para convertirse en una ideología capaz de alcanzar a toda la sociedad. Dice Žižek que el capitalismo funciona mejor fuera de Occidente que en Occidente mismo, pese a ser un producto occidental. Con la ideología de género podría ocurrir algo parecido: mientras pensamos que se trata de una ideología de izquierdas porque entre sus defensores una mayoría pertenece a esta adscripción política, quizás pasamos por alto que probablemente se trata de un producto más adecuado para los valores individualistas del liberalismo radical que para los de la izquierda social y comunitarista.
Lo primero que debemos decir es que el término “ideología de género” es una palabra inventada que pretende englobar a un montón de líneas de pensamiento y movimientos políticos ligeramente distintos. No existe como tal una “teoría unificada del género” que pueda convertirse en manual de la nueva ideología. Sin embargo, sí podemos identificar claramente algunos de sus principios comunes, que expondremos a continuación junto con un breve desarrollo. Se trata en todo caso, de postulados, es decir, según la RAE, de ideas “que se toman como base para un razonamiento o demostración, cuya verdad se admite sin pruebas” y que dan pie a todos los desarrollos intelectuales de la ideología de género y del feminismo de tercera ola.
1. No existe la naturaleza humana
La primera premisa antropológica y sociológica de la que parte la ideología de género es la de que la persona-sujeto no está condicionada por una naturaleza, es decir, no tiene algo así como una substancia de carácter metafísico que le diga lo que es. En lugar de eso, propugna que la identidad de la persona es construida en parte por la cultura en la que vive y, paralelamente, se construye a sí misma a través de su voluntad manifestada en sus acciones y decisiones. Para comprender cómo se llega a afirmar esto —la indefinición de la persona— es preciso comprender que, pese a sus influencias filosóficas, la ideología de género se desarrolla principalmente en el ámbito de la sociología. Una de las primeras evidencias que la sociología logra alcanzar, por medio de la comparación entre culturas presentes y mediante el análisis histórico, es la volubilidad de instituciones sociales y paradigmas éticos tales como los roles sociales y políticos de los sexos, la estructura de las familias o las prácticas sexuales, entre otras muchas.
Existen, en efecto, diferencias notables en el modo en que las distintas culturas abordan los mismos fenómenos, algo que permite poner en cuestión nociones que se tenían por normas de validez universal. No obstante, de esta constatación se infiere erróneamente dos conclusiones:
- Que todas las normas sociales son en realidad construcciones culturales sin base en lo real (constructivismo social).
- Que no existen criterios de validez universal que permitan enjuiciar las distintas normas sociales en base a su veracidad (relativismo).
La consecuencia de ello es una visión antropológica (de lo que es el hombre) y ética (de lo que debe ser el hombre) vacía de contenido. La identidad del sujeto es “rellenada” por la cultura dominante, a partir de unas convenciones sociales que no están fundamentadas en una verdad que las legitime (ver postulado 4). A esta construcción cultural se opone una construcción de la identidad personal por medio de la propia voluntad que busca como fuente de legitimidad el auto-descubrimiento, lo que nos lleva al siguiente postulado.
2. El sujeto es distinto del cuerpo
Vinculado a lo anterior, la ideología de género deriva de una concepción de la persona como algo distinto de su existencia corporal, aunque inevitablemente vinculado a esta. Esta distinción entre conciencia y corporalidad (que está presente también en la ideología transhumanista) no se limita, como en la filosofía, a una diferencia meramente conceptual sino que se concibe como una separación real. Así, para la ideología de género, el sujeto es solamente la conciencia, mientras que el cuerpo es un objeto —entre otros— a disposición de su voluntad.
Cabe destacar que, aunque esta separación implica una espiritualización del sujeto en la medida en que éste deja de explicarse por su realidad material, no se deriva de ello una particular inclinación de la ideología de género hacia la espiritualidad. Simplemente, no se aborda la pregunta por el fundamento de la subjetividad, no se cuestiona qué la constituye ni en qué consiste, razón por la cual se asume de forma acrítica todo lo que de ella proviene, cayendo por tanto en el emotivismo. Esta ausencia de crítica a la lógica de la materialidad, que obligaría a la ideología de género a confrontarse con los datos de la biología que entran en conflicto con sus postulados, permite además a sus ideólogos concebir su propia postura como perfectamente alineada con la ciencia y con los valores de la Ilustración.
3. El cuerpo no tiene significado propio
Lo dicho hasta ahora nos obliga a preguntarnos por el papel del cuerpo en la construcción de la identidad personal teniendo en cuenta que (postulado 2) el sujeto es distinto del cuerpo, aunque se expresa por medio de él, y que (postulado 1) no existen criterios de validez universal que nos digan cuál es el mejor uso (ética) del cuerpo.
La idea de que el cuerpo no tiene un significado propio —esto es, de que su forma no tiene una finalidad específica a la cuál responde su diseño— implica que no existe por tanto un “buen uso” del cuerpo que deba prevalecer sobre otros. Si hemos dicho antes (postulado 1) que la construcción de la identidad personal se lleva a cabo por medio de la voluntad, es decir, por medio de acciones, el propio cuerpo será el lugar/objeto fundamental de configuración y expresión de la propia identidad. El cuerpo será pues la propia obra de arte, el lienzo en el que el sujeto plasma y comunica al mundo quién es, qué siente y qué desea. En un lenguaje filosófico, diríamos que la ideología de género sustituye la actitud ética con respecto al cuerpo por una actitud estética, que no se preocupa por el bien del cuerpo sino porque el cuerpo “exprese” algo definido por la voluntad de quien “lo ocupa”.
Esta modificación implica una inversión de la jerarquía de valores que el sujeto persigue en la relación con su propio cuerpo. Por ejemplo, podríamos decir que donde una ética del cuerpo nos llevaría a buscar el bien corporal, es decir, la salud; una estética del cuerpo que pretendiese ocupar el lugar de la ética nos llevaría a buscar como valores superiores la belleza y el reconocimiento (reconocerse uno mismo y ser reconocido por los demás). Ese mismo criterio pondría por delante la “originalidad” de la expresión corporal (en realidad, la tiranía del sentimiento) por encima de la preservación y la integridad del cuerpo, o la obtención de placer antes que el desarrollo y cumplimiento de las capacidades corporales.
Esta perspectiva estética del cuerpo choca con el hecho de que ni las prácticas sexuales ni las modificaciones corporales que interesan a la ideología de género (como vías de expresión corporal de la identidad de género) son indiferentes desde el punto de vista de la salud, lo que parece contradecir la idea de que el cuerpo no tiene una finalidad y un orden de valores propios. Es este un “punto ciego” de la ideología de género que sus ideólogos se esfuerzan en mantener como tal, frenando y oponiéndose con virulencia a cualquier investigación sobre los efectos de determinadas prácticas sexuales, las cirugías de modificación genital o el tratamiento hormonal para la inversión de los caracteres sexuales secundarios, entre otros.
4. La cultura como instrumento de dominación del poder establecido
A consecuencia de los tres postulados anteriores, hallamos que el relato acerca del sujeto que plantea la ideología de género es el siguiente: un individuo que debe hallar la forma de construir y expresar su identidad a través de su propio cuerpo y de los demás objetos a su disposición. Y que debe hacerlo evitando todo condicionamiento ajeno a su voluntad (ilegítimo) que pueda mermar la autenticidad (legitimidad) de la identidad articulada en este proceso.
Este relato sobre la individualidad entronca en la tradición filosófica de aquellos a quienes Ricoeur denomina “filósofos de la sospecha” —es decir: Marx, Nietzsche y Freud— y que son los iniciadores de una familia de movimientos filosófico que tratarán de “desenmascarar” el orden establecido como una “cobertura ideológica del poder”. Sus críticas a la filosofía de la Ilustración darán paso a lo que conocemos como nihilismo: una actitud de desconfianza hacia la razón como instrumento de conocimiento de la verdad (y de la ética) y la afirmación, en su lugar, de la voluntad.
Como consecuencia de esta herencia filosófica, las corrientes que forman parte de la ideología de género tienen una comprensión de la identidad como algo que se construye por medio de un conflicto de voluntades/poderes: una batalla en la que la propia individualidad (a priori desconocida) pugna por aflorar mientras que la cultura dominante y la sociedad imponen unos cánones (una idea o convención social acerca de la verdad de las cosas) a los que los individuos deben ajustarse para ser reconocidos e integrados en la sociedad.
Esta teoría sobre la verdad de las cosas que se impone al sujeto desde el exterior será para los ideólogos del género una estrategia del poder establecido —el heteropatriarcado— para perpetuar su dominio sobre la sociedad: asignar a los individuos su lugar en la sociedad definiendo su identidad por medio de la disciplina de sus cuerpos: “Tú eres hombre, tú mujer. Tu cuerpo se usa así, ergo ésta es tu función.”
Por esta razón, quienes piensan así no hablan del sexo del recién nacido sino del “sexo asignado al nacer“, pues conciben esta categoría como algo externo e impuesto y que no necesariamente tiene que ver con la identidad de la persona.
Parte de la trampa de este postulado consiste en que sí, efectivamente, en la búsqueda y construcción de nuestra identidad recibimos influencias de las personas y contexto cultural en el que vivimos. El error radica en asumir que dichas influencias son malas por la mera razón de que no provienen de uno mismo, en lugar de buscar un criterio con el que aprender a recibir las influencias positivas —aquellas que nos permiten reconocer mejor la realidad— y a rechazar aquellas que nos hacen mal porque nos alejan de nuestra verdad.
5. La revolución requiere la deconstrucción (práctica política)
Hemos definido en el postulado anterior la naturaleza política de la ideología de género como una concepción del individuo que pretende liberarlo de la opresión de un poder que trata de definirle con el fin de dominarle.
Para producir esta liberación, la ideología de género emplea dos instrumentos intelectuales: presta una atención particular a la historia y utiliza el conocimiento que tiene de ella para “deconstruir” los instrumentos culturales de la dominación.
Para “desenmascarar” a la cultura generada por el poder y denunciarla, la ideología de género necesita encontrar ejemplos históricos de cómo se ha producido ésta dominación y de cómo ha mutado a lo largo del tiempo en la propia cultura para mantenerse. Debe buscar también ejemplos de otras culturas que demuestren que la jerarquía y los roles de una sociedad pueden ser totalmente distintos, para justificar que el orden social actual no es “natural” sino “artificial” (asumiendo que lo artificial es necesariamente malo) y, por tanto, relativo.
Además, junto con la historiografía, la práctica política por excelencia de la ideología de género será la deconstrucción como puerta a la liberación del sujeto del influjo de la cultura dominante.
La deconstrucción consiste desde esta perspectiva en revisar y cuestionar las formas sociales que forman parte de la cultura dominante, para, a continuación, explorar alternativas que no reproduzcan estos cánones y contribuyan así a desarticular el orden establecido. Se trata de una estrategia intelectual que proviene de la filosofía postestructuralista y su principal exponente es el filósofo francés Jacques Derridá. En el ámbito concreto de la ideología de género, hay que destacar también a la estadounidense Judith Butler.
La deconstrucción la utilizan los ideólogos de género no solamente para redefinir las prácticas sexuales y “liberarlas” de la “heteronormatividad” —es decir, de la idea según la cuál lo normal es la heterosexualidad—. La utilizan también en otros ámbitos como el lenguaje, la religión, instituciones como la familia o los roles de los sexos, la historia, la moda, la literatura y demás artes, etc. El objetivo de la ideología de género es, en definitiva, acabar con cualquier concepción según la cual lo normal, lo adecuado o lo estándar orbita en torno al arquetipo del varón heterosexual, a quien señalan como principal artífice del orden social y cultural establecido y como responsable de las injusticias que en él se producen.
A modo de conclusión…
Vistos estos cinco postulados, quisiera añadir una consideración más, que es la de que la ideología de género o teoría queer tiene en su haber ético el pretender hacerse cargo de las dificultades que experimentan personas con distintas tendencias sexuales o concepciones problemáticas acerca de su propia identidad. No dudo en ningún punto que quienes defienden ideas como las que hemos descrito en los anteriores párrafos lo hacen en su mayoría con la mejor de las intenciones y con la convicción de estar intentando construir un mundo más justo para este tipo de personas. Cabría preguntarse si para un proyecto tan noble bastan las buenas intenciones y los buenos sentimientos, y si es posible construir la justicia cuando verdad y bien no van de la mano.
Por ello, no quisiera que estas líneas dejaran de incluir un llamamiento también a quienes se oponen a la ideología de género a iniciar un camino ético e intelectual que les permita acoger e integrar con respeto a quienes se definen a sí mismos con alguna de las letras de las siglas LGTBIQ+. De su capacidad para hacer esto, sin necesidad de asumir sus posturas, dependerá que podamos demostrar que no es preciso abolir el orden la naturaleza humana para salvaguardar la libertad personal.