Cuéntame una historia #7

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Era un día lluvioso. Recuerdo el sonido de las gotas golpeando el tejado de mi casa, el crispar de la chimenea, y una sutil voz que salía de la televisión a la que, como era típico en mi casa, nadie prestaba atención. Aquello parecía una armónica orquesta. Estaba sentada, descalza, con unos pantalones largos que me llegaban hasta el tobillo, leyendo y sumergida en mi increíble historia. Mi padre era un hombre muy discreto, cuando llegaba a casa de trabajar no le gustaba hablar de sus negocios y no solía contar historias de su infancia o juventud; siempre prefería escuchar a sus hijos o discutir algún tema de actualidad con nosotros. Era un hombre muy profundo y entusiasta, le encantaba hacer excursiones por las montañas de su tierra natal, Cataluña; su pasión era escalar las empinadas y rocosas montañas del Pirineo. Ese día recuerdo cómo se acercó a mí, se sentó a mi lado mirando la ventana mojada por las gotas de la lluvia. – ¿Te apetece dar un paseo? – dijo con una sonrisa en el rostro. Me quedé sorprendida, no sabía porque le iba a apetecer salir y acabar empapados, con la ropa del domingo manchada por el barro del jardín. Me quedé unos instantes atónita mirándole y pensé ¿y por qué no? Me costó salir de mi historia y cerrar el libro que tenía entre las manos, coger unos zapatos y salir a la fría y húmeda calle. Era una tarde un tanto siniestra, las nubes bajas no dejaban ver lo que había más allá de ellas; aunque todavía podía haber algún rayo de sol del atardecer, era completamente de noche, y solo las farolas de la calle iluminaban las aceras. 

Comenzamos a caminar, yo seguía sin entender el porqué de aquel paseo. Pero, en un momento dado, mire como mi padre disfrutaba de él como si estuviera paseando por las mismas montañas a las que iba cuando tenía alguna tarde libre. En ese momento, pensé en las muchas historias que tenía guardadas de su pasado y que nunca nos había contado. Decidí cambiar el rumbo de ese paseo y le pregunté -Papá, ¿Cómo era tu padre? – Yo a mi abuelo nunca le llegué a conocer, solo le tenía presente cuando le dejaba flores que recogía del campo cuando íbamos los inviernos a esquiar a Lérida dónde él mismo quiso ser enterrado. Pensé que, aunque le hubiese ido a ver infinidad de veces, no le conocía.  ¿Qué triste verdad? Era el momento perfecto, yo, mi padre y sus pensamientos. Recuerdo cómo me miró sorprendido, y lo primero que le salió fue una sonrisa. -Tu abuelo era… un luchador. Era un catalán de raíz, un hombre apasionado y muy inteligente. Emprendedor y muy implicado en su vida laboral; pero nunca llegó más tarde de las ocho a casa para cenar y charlar con nosotros. Era un caballero, pero con un carácter muy fuerte. Conoció a su mujer, tu abuela, y formó con ella una gran familia. Trajeron al mundo seis hijos. Yo creo que nunca fue consciente de lo mucho que construyó… mira ahora a tus primos, los planes en invierno de esquí, las excursiones en verano, el cordero en Segovia en otoño; todo esto fue gracias a ellos… estás tú aquí gracias a ellos. Yo me considero gran parte de lo que soy por mi padre y el esfuerzo que hizo por educarnos siempre pensando en los demás… y así he seguido yo el ejemplo de él educandos a vosotros. – 

No sabía que decir. Se me acababa de abrir un mundo entero maravilloso que tenía oculto. Quise preguntar y preguntar, pero no supe por dónde empezar. Me quedé mirando al frente, con miles de pensamientos en mi cabeza cruzándose, se me olvidó todo: el frío, los pantalones mojados. Y yo seguía pensando… y en un momento y sin darme cuenta, dije llena de conmoción – ¿Por qué no le pude llegar a conocer? – Mi padre me miró, pero no dijo nada. Seguimos caminando en silencio. Llovía cada vez con más fuerza, pero nos daba igual solo caminábamos ¿hacia dónde? No sabíamos. 

Después de un tiempo, no recuerdo exactamente cuánto, me contó lo que ocurrió. Hacia el año 1990, en una mañana corriente; mis tíos en el trabajo o universidad y mi abuelo en su despacho. Él recuerda cómo sonó el teléfono, sin saber lo que les venía encima, escucho una voz de mujer, suave que decía- ¿Es usted el hijo de Francisco? – la llamada procedía del hospital. – siento comunicarle que su padre está grave en el hospital porque le ha dado un ictus. 

Este fue tan solo el inicio de unos años muy duros, de una larga enfermedad que ves que acaba con tu padre poco a poco. Para mi padre fueron unos años muy difíciles y bonitos a la vez, porque la familia estaba más unida que nunca, trabajaban juntos para hacer el sufrimiento mucho más llevadero y feliz. Iban a la sierra de Madrid donde tenían una casa familiar a cocer castañas al fuego, hacían excursiones a Lérida, visitaban sus lugares de la infancia, Barcelona, Las Ramblas, la playa… Mis padres ya se conocían y salían juntos desde hacía tiempo, mi madre los acompañaba y ayudaba a mi abuela con todas las tareas del hogar limpiar, hacer la comida… 

1999, era nochebuena, muy abuelo estaba en una época muy mala de salud. Nadie recuerda mucho esa noche. Sonó el teléfono, lo que no sabía es que fuera otra llamada que cambiaría el rumbo de sus vidas. Esta grave, muy grave. Todos llegaron a tiempo para decir un último adiós. Adiós a la persona que me lo había dado todo. Adiós a mi mayor ejemplo a seguir. Adiós papá.

Fue triste, nadie entendía. Para mi padre fue muy duro no tener a su padre el día de su boda, pero a pesar de ello, siempre le tenía en mente.

Seguimos andando hacia el frente en silencio. Ceso la lluvia, pero toda la calle estaba inundada de agua. Recuerdo a mi padre observando las gotas de agua caer. Llegamos a la puerta de casa – Fue un hombre increíble, un gran padre. Siempre le recordaré- dijo mi padre sonriendo. Entré en mi casa caliente, se escuchaban los gritos de mis hermanos, la chimenea y el extractor de la cocina. 

No sé si mi padre recuerda a día de hoy ese paseo, pero para mí valió mucho más de lo que me imaginaba, me enseñó la clave de la vida, de la felicidad. En estos tiempos caóticos vivimos tan rápido… que a veces nos olvidamos de los pequeños detalles. Los detalles que nos marcan, que nos modelan como personas. Ese día mi padre me enseñó el valor de los demás. El agradecimiento, el saber prestar atención al mundo que nos rodea. Conocer a mis padres, a mis amigos, charlar con ellos, conversar, compartir opiniones, discutir, valorar… es lo que nos llena. A pesar de ser un día lluvioso y frío aquel pasó a ser el día que descubrí lo que tenía delante, lo que siempre he tenido delante tapado y que por fin conseguir destapar.

Yo, desgraciadamente, no he podido conocer a mi abuelo, pero cada día miro su foto y le doy gracias. Por el padre que me ha dado y que tengo a mi lado cada día. Valorar mi educación, mi casa, mis hermanos, mi madre, mi familia, mi fe. Esa tarde yo paré y pensé; reflexioné sobre lo que verdaderamente importa. Ahora valoro cada minuto que paso con ellos. ¿Qué más dan las circunstancias? Si lo más importante lo tienes delante.

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